-¡Profe, ese niño me ha pegado!
-Pues vete a jugar a otro sitio.
Quien no ha odiado a los profesores por
respuestas como esa. Y es que cuando estamos en el colegio son para
nosotros unos “cara de tortilla” Fingimos estar malos, cuando lo
estábamos alargábamos la fase de convalecencia, temíamos sus
negativos, sus “mañana examen sorpresa” “Fulano fuera de
clase”...
Sin embargo pienso que la frase “Nadie
sabe lo que tiene hasta que lo pierde” se la dedicaron a ellos,
nuestros profesores.
Al igual que todo el mundo recordara a
aquel profesor puñetero que “nos hizo la vida imposible”
recordamos a aquellos que se dedicaron a enseñar a una clase de 25
niños, apostando por cada uno de ellos.
Una profesora, de cuyo nombre no logro
acordarme, me enseño matemáticas como nadie lo había hecho. La
pirula la llamaban, famosa por suspender las matemáticas a todo el
mundo y la mas odiada del jardín de adolescencia.
Yo soy de letras, me decía a mi mismo
en un intento de esquivar las tan detestadas exactas, sin embargo,
bien sabían mis padres que mi cabeza era de ciencias. No fue hasta
aquel septiembre en que empecé segundo de la ESO, cuando, habiéndome
tocado ella como profesora de matemáticas, la conocí realmente, a
ella y a la materia que seguía impartiendo. No exagero al decir que
por ella he llegado dónde estoy ahora.
Como esta historia, muchas mas con
nombre propio sus protagonistas y con mella propia en mis recuerdos y
mi vida. Hablo de Lina, Encarna, Avelina, Elena, Pablo, Teodoro,
Idurre, Maria, La Pirula.
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